LO TRABAJOSO QUE ES CREER

DOMINGO III DE PASCUA CICLO B
Domingo 19 de Abril de 2015
REFLEXION
Todos estos domingos posteriores a la Pascua, los Evangelios nos narran las distintas apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos. Y en ellas hay dos cosas que hoy podemos observar.
 
1. Lo trabajoso que es creer. A pesar de haber visto a Jesús repetidas veces, de haber oído sus palabras, tocar su cuerpo y sus heridas y comer con Él, los discípulos no acaban de creer que Jesús está vivo. Creer ver un fantasma, no le reconocen, tienen miedo, dudan… Llegar a una convicción profunda, sólida, sin dudas, les ha costado trabajo, han necesitado muchos encuentros con Él, han tenido cada vez que hacer un esfuerzo de abrir su mente y su corazón… y así, poco a poco, han terminado creyendo y superando todas las dudas y los miedos.
 
Por eso no nos debe resultar extraño que también a nosotros nos resulte trabajoso creer. No es extraño que tengamos dudas, oscuridades, inseguridades, miedos… Y eso que, como a los discípulos, Jesús viene a nuestro encuentro y se nos hace presente con frecuencia: en su Palabra, en los sacramentos, en la oración, en los acontecimientos cotidianos…
 
Es preciso que tengamos paciencia, que seamos constantes, que no perdamos la esperanza. Cada día hemos de cuidar nuestra fe, cada día hemos de abrir nuestra mente y nuestro corazón a la presencia de Jesús que viene a nuestro encuentro y que quiere que le experimentemos vivo, cercano, amoroso y salvador. Es preciso que tengamos paciencia porque la fe se consolida poco a poco, y es necesario que no perdamos la esperanza de que, como los discípulos, también nuestra fe se irá haciendo recia, consistente, profunda.
 
2. El mandato de anunciar el mensaje. Es éste un mandato reiterado de distintas formas en todas ocasiones: Vosotros sois testigos de esto, id y anunciad…
 
Y es un mandato no sólo para los apóstoles, sino para todos los discípulos. Y eso la Iglesia lo ha entendido así siempre y mantenido hasta hoy.
 
Con frecuencia se entiende que esa responsabilidad de anunciar la tienen, sobretodo, los sacerdotes, y los demás cristianos sienten lejana la obligación de cumplirlo. Sin embargo no es así. Todos somos y debemos ser anunciadores. El sacerdote al anunciar y explicar la Palabra, los catequistas, los padres de familia cuando educan a sus hijos como cristianos, los educadores y especialmente los profesores de religión, todos con el ejemplo y la coherencia de nuestra vida… Por eso, asumiendo esta responsabilidad, nos hemos de preguntar qué es lo que nosotros hacemos, cómo cumplimos ese deber, de qué manera podríamos hacerlo mejor.
 
Y es importante que nos revisemos y demos una respuesta, porque tenemos esa obligación, no sólo por fidelidad al mandato de Jesús, sino también por la urgencia que reclama nuestro mundo, que se aleja cada vez más de los valores cristianos, que encuentran normal vivir de espaldas al Evangelio y que por ello necesita con urgencia un anuncio del mensaje de Jesús con un lenguaje que lo haga comprensible a los hombres de hoy y son una coherencia de vida que lo haga creíble y digno de ser escuchado y aceptado.
El Señor vienen a nuestro encuentro en la Eucaristía que estamos celebrando. Abramos nuestro corazón a su presencia para que aumente nuestra fe y nos haga ser constantes y pacientes en la tarea diaria de caminar en su presencia. Que nos haga fuertes y valientes para ser fieles a su mandato y anunciemos su mensaje y su presencia entre los hombres, para que lo encuentren quienes le buscan y conociéndole le amen y participen de la salvación.

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