VENID BENDITOS DE MI PADRE

CHARLA CUARESMAL jueves 4 de abril de 2019

 

 

Antes de iniciar la reflexión de hoy, me gustaría hacer referencia a lo que hemos compartido los dos últimos días.

En nuestro camino cuaresmal, el martes descubríamos nuestras cegueras y nuestras sorderas, ante las situaciones de sufrimiento en el mundo; muchas situaciones en las que nosotros tampoco vemos la luz; nos pasa desapercibido el dolor que hay a nuestro lado.

Ayer miércoles, pudimos caer en la cuenta, que el Encuentro con el Señor, transforma esa oscuridad, nos acerca a la luz. Ese encuentro no es casual, no se improvisa, debe partir de la necesidad y la búsqueda de consuelo y perdón.

Una vez ese encuentro se produce e iniciamos el proceso de conversión, que realmente es lo que debería ser la Cuaresma y toda nuestra vida, algo debería cambiar en nosotros. Esta renovación nos tiene que llevar a la acción, que es la misión que el Señor nos tiene encomendada.

Para ver como se concreta esa misión, vamos a utilizar un texto muy conocido por todos y que desde mi punto de vista resume lo que debería ser la manera de actuar de los que nos llamamos cristianos.

 

Mateo 25, 31-46

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y acudisteis a mí.’ Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti?’ Y el Rey les dirá: ‘En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.’ Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.’ Entonces dirán también éstos: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’ Y él entonces les responderá: ‘En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.»

 

 

REFLEXIÓN

 

Se trata de un texto que hemos oído en múltiples ocasiones pero lo que pretendemos hoy, es que no nos quedemos sólo en la escucha, sino que nos lleve a la acción.

 

Me parece muy importante empezar por una frase que muchas veces pasa desapercibida, y que para nuestra reflexión es fundamental.

 

El discurso dice: Venid Benditos de mi Padre. El Señor nos llama Benditos. La traducción literal de este verbo, significa decir-bien. El Señor dice bien de nosotros, entendiendo por “nosotros” a todos, no es algo exclusivo de algunos que nos podemos sentir elegidos, sino que es patrimonio de todos, porque su mensaje de salvación no excluye.

Además este título de “benditos”, nos debería llevar a decir-bien, de los demás, de absolutamente todos los que nos acompañan, y muchas veces en los diferentes contextos en los que nos encontramos esa no es la actitud que tenemos, en lugar de bien-decir, mal-decimos, y no somos conscientes del sufrimiento que eso puede generar.

Este podía ser un compromiso a tener en cuenta, y seguramente nos ayudaría a la misión que como benditos se nos pide.

 

Ahora veremos las diferentes situaciones en las que tenemos que bien-decir:

 

Porque tuve hambre,…..

Hay muchas personas a nuestro alrededor que sufren hambre.

Por desgracia, nos hemos acostumbrado a ver determinadas imágenes.

Millones de personas que no tienen nada que comer cada día, millones de personas desnutridas, millones de niños que padecen la carestía de alimentos desde su nacimiento.

Estas imágenes a fuerza de verlas, nos han provocado cierta insensibilidad, además podemos pensar que es un problema demasiado grande para que podamos dar una respuesta, se escapa de nuestras manos, nos queda lejos. Sin embargo estamos muy equivocados, se trata de una situación que es mucho más cercana de lo que imaginamos. Las cáritas parroquiales de nuestro entorno y la nuestra, atiende cientos de casos de personas que conviven con nosotros, que forman parte de nuestra comunidad y que viven el sufrimiento de no tener alimento, de no poder dar lo mínimo a su familia.

Elllos están a nuestro lado y muchas veces sienten nuestra indiferencia.

Dando una vuelta más a esta situación, también podemos valorar, si nosotros que tenemos esta necesidad cubierta, no valoramos lo que podemos tener. Si realizamos un consumo de alimentos por encima de nuestras necesidades, si pecamos por exceso.

Pensemos cual puede ser nuestro compromiso ante el hambriento.

 

Porque tuve sed,….

Cuantas personas se encuentran sedientas a nuestro alrededor. Personas cuyas aguas se encuentran contaminadas. En estos días tenemos varios ejemplos muy significativos que podríamos tener en cuenta. Podemos fijarnos en la población de Mozambique, están sedientos y deshidratados, sufriendo las epidemias debido a la ausencia de agua no contaminada.

Hay muchas personas sin pozos donde beber, viven rodeados de contaminación, de degradación, de falta de potabilidad, y no sólo en lo que hace referencia a líquidos, sino a un margen de esperanza para poder revertir esta situación.

Por contrapunto, nosotros nos podemos permitir el lujo de desaprovechar un bien al que no damos valor. De hecho en época de sequía seguimos desperdiciando y no realizando un consumo responsable.

Pensemos cual puede ser nuestro compromiso ante el sediento.

 

Por que fui forastero,…

Cada vez hay más forasteros que están a nuestro alrededor y no sólo porque vengan de lejos, sino porque se sienten despreciados, rechazados.

No hace falta que nos paremos mucho a intentar explicar estas situaciones, las vemos reflejadas todos los días en las noticias, millones de personas que abandonan sus vidas buscando una salida desesperada.

Esta salida, en muchas ocasiones lo único que encuentra es la “puerta cerrada”, el rechazo, los muros, las alambradas.

Sabemos que es un tema muy complejo y que tiene múltiples causalidades y complicaciones, pero creo que hay una responsabilidad como cristianas que no podemos eludir.

Para nuestra reflexión, me voy a apoyar en el mensaje que nos transmitió el Papa Francisco ante la situación de los que son “forasteros” y que incluye cuatro actitudes que deberían ser incuestionables: recibir, acompañar, integrar y promover. Estas cuatro actitudes deberían ser nuestra marca de identidad como cristianos ante uno de los mayores problemas de la sociedad actual.

En este tema nuestro compromiso debería ser firme y comprometido.

 

Porque estuve desnudo,…

Hay muchas personas que están desnudas, no tienen absolutamente nada, y no estoy hablando de falta de ropa. Han perdido o les hemos expropiado su dignidad, se han convertido en una mercancía, carecen de derechos porque les han sido arrebatados. Viven a expensas del uso que se hace de ellos, víctimas de redes de tráfico de personas, víctimas de la explotación infantil, víctimas de trabajos que les hacen no tener vida, víctimas del consumo de drogas, alcohol,…

Personas que se encuentran desnudas, que se ven expuestas todos los días a nuestros ojos, pero que en el fondo se convierten en “invisibles”, porque no queremos ser conscientes de su desnudez.

 

Porque estuve enfermo,…

Cuantas personas están enfermas y solas en sus hogares o en hospitales.

Cuantas personas viven el mal de la soledad, cuantas se sienten abandonadas, despreciadas, porque ya no “sirven”, no son productivas, se les “incapacita”.

Muchos enfermos de tristeza, de pena, de aislamiento.

Cuantas veces somos nosotros los enfermos que padecen la enfermedad de la indiferencia, de la falta de coherencia, del egoísmo, de la envidia, del individualismo,….

Cada vez aparecen más enfermedades en los manuales de medicina y cada vez hay menos personas que quieren dedicarse a la “medicina restaurativa”, esa medicina que sí que está en nuestras manos. La medicina del amor, la medicina del abrazo, del cariño, del diálogo, del acompañamiento, de la cercanía,…

¿Somos “médicos” al servicio de nuestros “enfermos?

 

Por que estuve en la cárcel,…

Seguramente, estos son los más abandonados, ellos no salen en las noticias, y si salen, en la mayoría de ocasiones es para seguir condenándolos, no los vemos por las calles, no aparecen en estadísticas, no están en nuestra comunidad de vecinos, no comparten nuestros espacios,…, viven recluidos.

Viven recluidos en su condena, en la insensibilidad de leyes que deshumanizan, en la falta de políticas restaurativas, pero sobre todo, viven recluidos en la falta de perdón, fundamentalmente en el suyo propio.

“Nadie me quiere, nadie viene a verme, no puedo dormir, no puedo perdonar lo que hice, no sé qué será de mi cuando salga, tengo miedo a sentir el rechazo de mi familia, mis amigos,..” Todas estas afirmaciones tienen nombre y apellido, tiene padre y madre, tiene hijos,…, tienen derecho a que estemos a su lado, pese a que hayan cometido una o muchas equivocaciones en su vida.

Si el Señor, como hablamos el miércoles, nos perdona siempre, ¿cómo puede ser que nosotros no seamos capaces de perdonar?

A muchos prisioneros y no sólo los que aparecen en las cárceles.

Además deberíamos hacer una reflexión sobre como ejercemos nuestra libertad. Somos prisioneros de nuestros apegos, de nuestros sentimentalismos, de nuestras seguridades,….

 

 

Que suerte que hayan quedado ellos para el final, mis presos. Porque en el fondo este debería ser el principio de todo lo que hemos estado hablando estos tres días.

Cuando me presentaron, os dijeron que formo parte de los voluntarios de la pastoral penitenciaria del arzobispado de Valencia, y esa ha sido una de las razones de haber pasado estos tres días con vosotros.

Estos últimos cinco años, ellos, los olvidados, han hecho que sea mejor persona, me han hecho mejor cristiano, me han enseñado a valorar cada gesto por pequeño que sea. Me han enseñado el valor reconfortante de un abrazo, la ilusión de un rosario de plástico, el llanto que encierra una felicitación de Navidad, la vivencia comunitaria de la eucaristía.

Seguramente ellos no son conscientes, que han conseguido librarme de mi propia prisión.

 

Los más pobres, que deberían ser el eje vertebrador del Evangelio, según las palabras del Papa Francisco, siguen siendo los últimos.

Algo debería cambiar en nosotros para poder hacer realidad esta misión que nos ocupa, y que la pasión, muerte y resurrección que vamos a celebrar próximamente no sea en vano.

Para acabar me gustaría compartir con vosotros un resumen de todo lo que podríamos hacer para que este mundo en el que vivimos, se parezca más al mundo que Jesús de Nazaret propone.

 

Si yo cambiara mi manera de pensar hacia los otros… los comprendería.

Si yo encontrara lo positivo en todos… con qué alegría me comunicaría con ellos!

Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás… los haría felices.

Si yo aceptara a todos como son… sufriría menos.

 

Si yo deseara siempre el bienestar de los demás… sería feliz.

Si yo criticara menos y amara más… cuántos amigos ganaría.

Si yo comprendiera plenamente mis errores y defectos y tratara de cambiarlos… cuánto mejoraría mi hogar y mis ambientes!

Si yo cambiara el tener más por el ser más… sería mejor persona.

Si yo cambiara de ser Yo, a ser Nosotros… comenzaría la civilización del Amor.

Si yo cambiara el querer dominar a los demás… aprendería a amar en libertad.

Si yo dejara de mirar lo que hacen los demás…tendría más tiempo para hacer más cosas.

Si yo cambiara el fijarme cuánto dan los otros para ver cuánto más puedo dar yo… erradicaría de mí la avaricia y conocería la abundancia.

Si yo cambiara el creer que sé todo… me daría la posibilidad de aprender más.

Si yo cambiara el identificarme con mis posesiones como dinero, status, posición familiar… me daría cuenta que lo más importante de mí es que Yo Soy un Ser de Amor.

Si yo cambiara todos mis miedos por Amor… sería definitivamente libre.

Si yo cambiara el competir con los otros por el competir conmigo mismo… sería cada vez mejor.

Si yo dejara de envidiar lo ajeno… valoraría más lo que tengo.

Si yo cambiara el esperar cosas de los demás… no esperaría nada y recibiría como regalo todo lo que me dan.

Si yo amara el mundo… lo cambiaría.

Si yo cambiara… cambiaría el mundo!

Si yo cambiara…, la cuaresma tendría sentido.

 

Muchas gracias.

LA MUJER ADÚLTERA

CHARLA CUARESMAL miércoles 3 de abril de 2019

 

Empezaremos recordando muy brevemente, lo que estuvimos reflexionando ayer.

Descubrimos todas las actitudes que nos hacen vivir en oscuridad, que nos provocan estar ciegos ante el sufrimiento, ante los gritos de nuestros “projimos”, de nuestros “próximos”.

Eramos conscientes de la cantidad de personas que se encuentran al borde del camino, que están fuera de nuestras estructuras, que no tienen quién les acompañe a caminar.

Veíamos la necesidad de buscar el encuentro con el Señor, un encuentro que nos transforme, que nos cambie.

Esto es lo que vamos a reflexionar juntos hoy.

Para ello escuchemos el siguiente pasaje del evangelio.

 

 

La mujer adúltera: Juan 8,1-11

 

Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él. Y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dicen:

—Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. ¿Tú qué dices?

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir en el suelo. Pero como insistían en sus preguntas, se incorporó y les dijo:

—El que esté sin pecado, que tire la primera piedra.

E inclinándose otra vez siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos. Y se quedó Jesús solo con la mujer, que seguía en medio.

Jesús se incorporó y le preguntó:

—Mujer, ¿dónde están?, ¿nadie te ha condenado?

Ella contestó:

—Nadie, Señor.

Jesús le dijo:

—Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

 

 

 

 

REFLEXIÓN:

 

Se trata de un pasaje muy conocido, pero vamos a intentar en el día de hoy, verlo desde un prisma nuevo.

 

Empezaremos por hacernos una serie de preguntas que nos puede ayudar en nuestro proceso de conversión cuaresmal.

 

  • ¿Cuántas veces nos hemos sentido juzgados e incluso condenados?
  • ¿Cuántas veces hemos juzgado y condenado al que tenemos al lado?
  • ¿Somos capaces de perdonar a aquel que nos ha ofendido?
  • ¿Hemos sentido el perdón de Dios?

 

Se trata de preguntas de difícil respuesta y que requieren un profundo análisis, pero en esta noche, vamos a intentar darle respuesta desde los personajes que aparecen en el texto que hemos proclamado.

 

En primer lugar, encontramos a la muchedumbre, que quiere poner a prueba a Jesús, que lo busca para oír lo que quieren escuchar, para aplicar su propia justicia.

 

Tienen claro cual es la solución, tienen una idea preconcebida, que además consideran que es la única respuesta posible.

Tienen su verdad, sólo pueden mirar con ojos de jueces, sólo piensan en condenar, sólo creen en el castigo, el que ha hecho algo, tiene que pagarlo, quién comete un error tiene que restaurar el sufrimiento generado.

 

En palabras de una persona que ha sufrido este linchamiento público, lo único que buscamos es “hacer sangre”, reclamamos que el que la hace la tiene que pagar.

 

Además, desde nuestro lado más racional y emocional, consideramos que no hay otra respuesta. No hay perdón para el que ha hecho daño a alguien.

Cuantas personas a día de hoy se sienten condenadas de por vida, se sienten miradas con desprecio. Muchos de ellos, incluso podríamos decir que han cometido un error, pero, ¿no se merecen sentirse perdonados?

 

Ante esta situación, Jesús mostrando la mayor de las inteligencias y una pasmosa tranquilidad, responde lanzando un reto a los que iban en “posesión de la verdad”.

La frase por más veces que la escuchemos, no deja de ser sentenciadora: “quién esté libre de pecado que tire la primera piedra”.

 

Jesús, nos pone delante un espejo, nos hace que nos miremos a nosotros mismos, realiza la pregunta rebote.

Cómo en otras muchas ocasiones, y ante otros muchos personajes, les dice lo que no quieren oír, les interpela a que sean ellos los que tomen una decisión, pero actuando con coherencia y desde la responsabilidad del lugar que ocupan ante una sociedad que pretende condenar y no sanar.

 

Podríamos en este momento, pensar cuantas veces nosotros hacemos lo mismo. Actuamos como fariseos y escribas, y buscamos la condena en lugar de la sanación.

Nos puede pasar que estemos muy pendientes del cumplimiento de una serie de normas, pero nos olvidemos de la importancia que tienen las personas.

 

Al inicio de la cuaresma se nos pedían una serie de actitudes, que ahora que nos encontramos hacia el final de la misma podríamos revisar.

El mismo miércoles de ceniza se nos planteaban tres acciones muy concretas que nos podrían ayudar en nuestro proceso de conversión cuaresmal.

 

  1. Limosna: somos conscientes de las cantidad de personas que sufren a nuestro lado. Ayer hablábamos de los ciegos, de los que gritan, de los que están al borde del camino, de los enfermos, de los que se encuentran solos. ¿Reciben nuestra limosna?

 

  1. Ayuno: ¿a qué hemos renunciado en este tiempo de cuaresma?¿qué cargas de nuestras mochilas hemos intentado dejar? ¿qué hemos abandonado de nuestras alforjas que hacen que nos alejemos del camino marcado por Dios?

 

  1. Oración: ¿realmente a lo largo de este tiempo, nos sentimos más cerca de Dios?, ¿hemos dedicado más tiempo a nuestra relación con Él?, ¿hemos sentido que su Palabra transforma nuestra vida?

 

La respuesta ante el pulso que lanza Jesús, es inmediata. Poco a poco, de forma callada, incluso podríamos decir cobarde, los que ya habían condenado, dan media vuelta, agachan la cabeza y vuelven con su “justicia” a sus casas.

La coherencia, la honestidad, el AMOR, ha tenido un efecto devastador. Ha desmontado la justicia condenatoria humana. Se ha producido el efecto boomerang. El Amor y el perdón han triunfado.

 

En nuestro día a día, en las relaciones con las personas que están a nuestro lado, familia, vecinos, compañeros de trabajo, miembros de la parroquia,…, ¿dejamos que triunfe el amor, o buscamos el juicio?

 

Para el Señor lo más importante es el encuentro que libera que sana.

Ese es el efecto que produce al que se acerca a Él arrepentido.

  • Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?

 

El Señor nunca nos condena, al contrario, lo que realiza es restaurar todas nuestras heridas.

 

  • Anda, y en adelante no peques más.

 

Que imagen tan gratificante para el que se siente juzgado y condenado. Jesús nos dice: “Anda”. Camina, mira hacia adelante, todos tus pecados han sido perdonados.

Ante esta situación, se me ocurren una serie de cuestiones que nos pueden ayudar a entender el sacramento de la reconciliación.

¿Que actitud mostramos hacia el sacramento de la penitencia?

¿Se trata de un mero trámite a realizar unas cuantas veces al año? ¿caemos en la rutina de hacerlo siempre de la misma manera? ¿le damos el valor que tiene como perdón absoluto por parte de Dios? ¿lo vivimos como un empezar de nuevo?

 

Un interno de Picasent, juzgado y condenado, me contaba, gracias al sacramento el perdón he podido seguir viviendo. He sentido el perdón real, he conseguido perdonarme a mi mismo, y poder pedir perdón por todo el daño que he provocado.

 

En este punto, deberíamos pensar cuales son nuestras actitudes respecto a las que muestra Jesús, a la hora de juzgar y condenar a los demás.

 

Anteponemos el Amor al dolor.?

Pensamos en nosotros mismos, o somos capaces de mirar con ojos de Dios y buscar el bien del otro.?

Sentimos compasión por el que sufre, pese a que su sufrimiento pueda estar justificado según la justicia humana.?

Conseguimos que el encuentro con nosotros restaure la vida del que se siente abandonado.?

 

Por otro lado, buscamos y preparamos el encuentro con el Señor.?

Somos conscientes que el sale a nuestro encuentro día a día.? Sabemos aprovechar la invitación a su banquete.?

Y la pregunta más importante, ¿el encuentro con el Señor, nos lleva a cambiar nuestra manera de actuar? ¿nos lleva a la acción?

A estas preguntas intentaremos darle respuesta mañana.

 

Pero antes de concluir, me gustaría compartir con vosotros la reflexión de alguien que entendió lo que significa el encuentro con el Señor, y cómo este cambió su vida:

 

“Hay una persona, sólo una que hizo sin duda la mayor locura de amor, y esa locura fue morir por mí, por nosotros.

Fue perdonarme lo que nadie me ha perdonado, perdonarme incluso lo que ni yo mismo soy capaz y volverme a perdonar una y otra vez, y mil veces más.

La mayor locura fue quedarse para estar conmigo esperándome con los brazos abiertos todos los días en las buenas y en la malas, siempre, ofreciéndome su cariño, ofreciéndome su comprensión, su ternura, su amistad sin pedirme nada a cambio.

La mayor locura fue ser humillado, traicionado, maltratado en mi nombre, aceptando cada golpe, cada insulto, en silencio.

Me regaló a su madre para que me ampare cuando esté en peligro, para que me arrope cuando tenga frío, me consuele si estoy hundido, me llene de esperanza cuando todo parezca perdido, me aconseje si no encuentro camino, para que cuide de mí, para que interceda por mi familia, para que ruegue por nosotros, para que esté más cerca de Él, para abrirme las puertas del cielo.

Porque no hay un segundo que no piense en nosotros, no hay un instante que no piense en nosotros, porque nunca nos dará por perdidos.

Porque para él somos únicos, porque su mayor deseo es que seamos felices, porque es tu Padre.

Porque todos somos su mayor locura.”

 

Dejemonos atrapar por su locura y dejar que ella nos transforme.

CIEGO BARTIMEO

CHARLA CUARESMAL  Martes 2 de Abril de 2019

 

Entendemos la Cuaresma, como un tiempo de cambio, de transformación, de conversión.

 

Os propongo un recorrido, por tres pasajes del Evangelio, que nos pueden ayudar en este tramo final de la cuaresma y que puede hacernos caer en cuenta de nuestro proceso de conversión personal, que siempre está relacionado con el que tenemos a lado.

 

Este recorrido, lo vamos a caminar de la mano de muchos, que están viviendo su particular cuaresma personal privados de libertad.

 

Nuestra primera parada, nos sitúa en el Evangelio de Marcos, en el último milagro que allí se nos relata.

Escuchemos con atención.

 

 

Lectura del pasaje de Mc. 10, 46-52

 

Llegaron a Jericó. Y cuando ya salía Jesús de la ciudad seguido de sus discípulos y de mucha gente, un mendigo ciego llamado Bartimeo, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino. Al oír que era Jesús de Nazaret, el ciego comenzó a gritar:

–¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!

Muchos le reprendían para que se callara, pero él gritaba más aún:

–¡Hijo de David, ten compasión de mí!

Jesús se detuvo y dijo:

–Llamadle.

Llamaron al ciego y le dijeron:

–Ánimo, levántate. Te está llamando.

El ciego arrojó su capa, y dando un salto se acercó a Jesús, que le preguntó:

–¿Qué quieres que haga por ti?

El ciego le contestó:

–Maestro, quiero recobrar la vista.

Jesús le dijo:

–Puedes irte. Por tu fe has sido sanado.

En aquel mismo instante el ciego recobró la vista, y siguió a Jesús.

 

 

 

 

 

 

REFLEXIÓN:

 

Vamos a realizar un viaje por este pasaje del evangelio, y nos iremos parando en cada uno de los personajes que aparecen y que nos pueden ayudar a saber como son nuestras propias actitudes.

 

En primer lugar, vamos a fijarnos en uno de los protagonistas de este pasaje.

Bartimeo. El hijo de Timeo.

Se trata de un personaje con nombre, con familia. No se trata de alguien más, se trata de una persona y se le encuadra en su historia personal. En su ser singular.

Un ciego de nacimiento que según lo que se entendía en aquella época, pagaba los pecados de su familia, era un despojo de la sociedad.

Bartimeo, no servía para nada, no podía trabajar, sólo podía mendigar, dependía del caso que le pudiesen dar los otros.

 

En nuestro día a día, nos podemos encontrar con muchos “Bartimeos”, ciegos de nacimiento, por haber nacido en un determinado contexto social, en un determinado país, en un entorno familiar desfavorable,…

 

Nosotros mismos, en muchas ocasiones, también pasamos por momentos de ceguera. Vivimos cegados por el interés, por acumular, por acaparar poder, por conseguir prestigio tanto económico como social.

Nos dejamos cegar por la importancia del “yo”, son muchas situaciones las que nos ciegan, egoísmos, tristezas, decepciones, que hacen que caminemos en tinieblas, que no sepamos encontrar la luz.

 

Bartimeo, está al borde del camino, separado de todos los demás que caminan.

Se encuentra al margen, no sabe lo que está pasando a su alrededor, pasa desapercibido a todos los que están a su alrededor, se convierte en “invisible”. Qué curioso que una persona que vive sin poder ver, se convierta en invisible para los demás.

 

En este tiempo de Cuaresma, deberíamos pensar, cuantas personas se encuentran en la misma situación de Bartimeo, y lo que es más importante, que actitud tenemos nosotros hacia ellos.

 

Los Bartimeos, que viven en la ceguera de la soledad, que no tienen a nadie que les acompañe en el camino, porque no tienen familia, están enfermos, no tienen a nadie.

Los Bartimeos que sufren la ceguera de la privación de libertad.

Los bartimeos que viven en la ceguera de la adicción.

Los Bartimeos que viven la ceguera del cajero o del banco.

 

¿Qué actitud tenemos hacia ellos?¿Se convierten en invisibles para nosotros?

 

Pese, a todas las limitaciones, Bartimeo, no se deja llevar por lo que está viviendo, intenta que los demás le escuchen, no quiere que su ceguera lo mantenga al margen.

Grita, grita desesperadamente.

 

En nuestro día a día, también hay mucha gente que grita, que está al borde del camino, que lucha por conseguir que se le escuche. Niños que gritan para que se respeten sus derechos, mujeres que persiguen un mundo más justo, ancianos que reclaman ser atendidos y no vivir abandonados.

 

¿Estamos atentos a los gritos que se producen a nuestro alrededor? ¿Ponemos cara y nombre a las personas que gritan en nuestro entorno?

 

 

Los gritos desesperados de Bartimeo, hace que los que están a su alrededor reaccionen.

La reacción de la muchedumbre es bastante significativa.

Lo mandan callar, le hacen ver que está molestando.

Sus gritos no son importantes, seguramente, lo importante es ver al que todos siguen y no el sufrimiento del que está al borde del camino.

 

¿Cuantas veces silenciamos lo que sucede a nuestro alrededor? ¿Cuantas veces no prestamos atención a los gritos del que sufre, porque vamos a la nuestra? ¿Cuantas veces nuestras cegueras nos separan del sufrimiento de nuestros hermanos?

 

 

Ante todas estas oscuridades, gritos y silencios, se produce un hecho que va a ser el más importante, el que va a cambiar la historia.

 

Jesús, el Señor, escucha los gritos de Bartimeo. Pese a la muchedumbre, el ruido, los agobios,…, pese a la oposición de los que le seguían, percibe la necesidad del que está sufriendo.

La reacción es inmediata, Jesús, manda llamar al que grita.

 

Este hecho provoca un cambio radical en todo lo que sucede a su alrededor.

Los que hasta ese momento habían acallado la voz del pobre ciego, ahora transforman esa actitud por la de la llamada. Le dicen, ánimo, levántate que te llama.

Toda la incomprensión, rechazo, abandono, se transforma en ánimo.

Todos los que acallaban a Bartimeo, han sufrido una transformación, esos mismos ahora le infunden ánimos, le quieren ayudar, se ha obrado el milagro.

La presencia del Señor, mejor dicho, su Palabra, ha cambiado todo lo que estaba sucediendo.

 

Bartimeo, acude a la llamada del Señor, pese a las dificultades, pese a su ceguera, acude rápidamente al encuentro, todos los obstáculos dejan de serlo, incluso el rechazo de la gente se convierte en un apoyo, en un aliento.

 

Esto debería hacernos pensar, cuál es nuestra actitud ante el encuentro con el Señor.

 

Esta actitud la veremos mañana, ahora continuamos con la historia de Bartimeo.

 

Después de acudir presuroso a la llamada de Jesús, después de dejar los obstáculos que le impedían acudir, Jesús le hace una pregunta:

-¿Qué quieres que haga por ti?.

 

Esta es la misma pregunta que el Señor nos hace a nosotros durante este tiempo de Cuaresma.

¿Qué queremos que el Señor haga por nosotros? ¿Qué le pedimos al Señor? ¿Sabemos lo que necesitamos? ¿Pedimos con responsabilidad o sólo pensando en nuestra tranquilidad, bienestar, comodidad,…?

 

Bartimeo tiene muy clara su respuesta, es inmediata.

Señor, que vea.

Esta respuesta tan rotunda y convincente, también nos puede ayudar en nuestra reflexión.

¿Qué nos impide ver? ¿Necesitamos que el Señor nos haga recobrar la vista? ¿Estamos cegados por nuestra rutina, nuestro estrés, nuestro quehacer diario?

 

Ante la respuesta de Bartimeo, la reacción de Jesús fulminante.

  • Puedes irte. Tu fe te ha sanado.

 

Y nosotros, ¿tenemos la misma fe que Bartimeo? ¿En qué y en quién ponemos nuestra fe?

 

Cómo muy bien decía otro de los muchos “ciegos” que nos rodean. Pidámosle al Señor, cada día que aumente nuestra fe.

 

En este momento, me gustaría compartir con vosotros uno de esos gritos desesperados, de alguien que se encuentra al margen del camino y que siente que nadie le escucha:

 

Quisiera ser, Señor, una persona coherente, que diga lo que piensa y viva lo que siente.

 

Sé que no es fácil; lo más cómodo es dejarse llevar por lo que hace la mayoría, por lo “políticamente correcto”, pasar desapercibido y vivir en el anonimato.

 

Pero la vida fácil supone muchas veces tener que renunciar a cosas que son importantes. Vivir acomodado a las circunstancias, pendiente de lo que los demás piensen y respondiendo a las expectativas de los otros tiene sus inconvenientes y supone también renunciar: a la escala de valores que cada uno tiene, a la fidelidad, a la coherencia con uno mismo y a lo que Tú nos pides.

 

No quiero vivir, Señor, sirviendo a dos señores, por eso hoy quiero pedirte a tí, el verdadero Señor de mi vida, que me ayudes a ser yo mismo: que nada ni nadie en mi vida pueda más que lo que yo pienso, siento y creo.

 

Tú quieres que yo sea Luz, que sea transparente, coherente y fiel a Tí y a mis ideales.

 

Ayúdame, Señor, a cumplir tu voluntad.

 

 

 

 

El encuentro de Bartimeo con Jesús tiene un efecto reparador, restaurador, generador de vida.

 

Todo esto lo veremos mañana.

Recordemos: pidamos al Señor que nos ayude a restaurar nuestras cegueras, a saber ver a los ciegos del camino y a acudir al encuentro con el Señor, para seguir haciendo crecer nuestra fe.

 

 

 

 

 

 

 

 

Oración:

 

Si conocieras como te amo: Hermana Glenda.

Salmo:

 

El Señor es mi luz y mi salvación,

¿a quién temeré?

El Señor es la defensa de mi vida,

¿quién me hará temblar?

 

Cuando me asaltan los malvados

para devorar mi carne,

ellos, enemigos y adversarios,

tropiezan y caen.

 

Si un ejército acampa contra mí,

mi corazón no tiembla;

si me declaran la guerra,

me siento tranquilo.

 

Una cosa pido al Señor,

eso buscaré:

habitar en la casa del Señor

por los días de mi vida;

gozar de la dulzura del Señor,

contemplando su templo.

 

Él me protegerá en su tienda

el día del peligro;

me esconderá en lo escondido de su morada,

me alzará sobre la roca;

y así levantaré la cabeza

sobre el enemigo que me cerca;

en su tienda sacrificaré

sacrificios de aclamación:

cantaré y tocaré para el Señor.

 

 

 

 

 

 

 

 

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¿SOLO VACACIONES?

Semana Santa y Pascua. VACACIONESSS!!!

   Eso es lo que habitualmente pensamos, pero se nos olvida que para los cristianos la Semana Santa es la Semana Más Importante del Año. Es la Semana Grande. Celebrar la Muerte y la Resurrección de Jesús es la Verdad más importante de nuestra fe. Es recordar y revivir que El Amor de Dios  llegó al extremo de entregar su vida por nosotros.

   No se guardó nada. Nos lo dio todo, hasta su propia vida. No puso ninguna condición al perdón: «PERDÓNALOS, PADRE, NO SABEN LO QUE HACEN!» Ese perdón sólo lo puede ofrecer Dios porque ama con un amor sin medida y así también nos ama a nosotros.

   Es verdad que las procesiones y otros actos públicos y culturales nos ayudan a recordar ese amor sin limites de Dios. Pero también es verdad que eso no es suficiente. Necesitamos compartir nuestra fe, renovar y alimentar nuestra vida interior tan gastada y desgastada por los quehaceres, las dificultades y los problemas diarios. Necesitamos de la oración compartida, de los sacramentos, de participar en la Resurrección de Jesús dejando que, como a su amigo Lázaro, nos diga:¡¡Sal fuera!! ¡Vive!!

   Necesitamos compartir nuestra alegría y gritar juntos: Jesús vive!!! ¡Ha resucitado!!! Está en medio de nosotros  acompañándonos siempre, en todo momento,  aumentando nuestra alegría y nuestra esperanza!!

   Si creemos en la Resurrección de Jesús no podemos estar tristes porque es creer que Jesús está siempre con nosotros, que no nos deja solos. Y creer también en nuestra propia resurrección.

   Aprovechemos esta semana de vacaciones no sólo para descansar, que lo necesitamos, sino para descansar y enriquecernos espiritualmente que también lo necesitamos.

   FELIZ PASCUA.  FELIZ RESURRECCIÓN

 

 

SEMANA POR LA VIDA

 Coincidiendo con la Fiesta de la Encarnación de Jesús en el seno de María, celebramos la SEMANA POR LA VIDA

   Toda vida es un don que Dios ha puesto en nuestras manos para que la disfrutemos, la aprovechemos para nuestro bien y el bien de los demás, para ser felices y hacer felices a los demás. No obstante no todo el mundo lo tiene así de claro.

   Hemos desarrollado una cultura de lo cómodo y lo fácil  que nos ha instalado en un egoísmo tan radical que sólo buscamos y nos interesamos por lo que es bueno para nosotros aunque sea perjudicial y haga daño a los demás. Nos hemos convertido en personas egocéntricas y caprichosas, nuestros deseos son órdenes, y cuando no nos hacen caso o no conseguimos lo que nos hemos propuesto, reaccionamos con una violencia desproporcionada que se convierte en malos tratos, humillaciones y en demasiadas ocasiones pone en peligro o atenta directamente contra la vida de los demás.

   Un anciano es un problema aunque sean nuestros padres. Un niño también lo convertimos en un problema aunque sea nuestro hijo. Las enfermedades terminales siguen el camino de ser un problema. ¿Por qué?, porque necesitan de nuestros cuidados y nuestras atenciones, necesitan de nuestra compañía y nuestro cariño, necesitan de nuestro tiempo… y todo eso altera nuestros planes, resta tiempo para la diversión, el entretenimiento, salir de fiesta o de viaje… Llega un momento en que las personas se convierten en obstáculos para nuestra vida egoísta y cómoda, obstáculos que hemos de eliminar cuanto antes. 

   Nuestro corazón se ha hecho insensible ante el sufrimiento y las necesidades vitales de los demás. Pasamos de  largo ante los que permanecen sujetos en la cama de un hospital, ante los ancianos que están solos y olvidados en una residencia, ante los excluidos porque no son de nuestro país y carecen de vivienda digna, de atención sanitaria, de opciones de trabajo, de acceso a la educación; permanecemos indiferentes ante los que viven en la calle y estamos tan acostumbrados a ellos que forman parte del mobiliario urbano sin que nos demos cuenta de que están ahí; ya no nos afectan ni alteran nuestra vida las víctimas de los malos tratos, del terrorismo, de la violencia gratuita, de las guerras… 

   Necesitamos reflexionar, preguntarnos cuáles son nuestras actitudes y nuestros comportamientos ante tantas situaciones que atentan contra la vida, si cuidamos nuestra vida o la sometemos a situaciones límite que la ponen en peligro, si cuidamos y protegemos la vida de los demás. 

   Hemos de preguntarnos y reflexionar si cuidamos la Creación, la naturaleza, todo lo que vive y constituye nuestra casa común, o simplemente, como en tantas ocasiones, también somos egoístas y dejamos suelta nuestra agresividad para maltratar y destruir caprichosamente como si fuera sólo nuestro lo que es de todos.

  La Semana  por la Vida nos ofrece una ocasión para reflexionar, para rezar y tal vez para cambiar alguno de nuestros comportamientos. No la desperdiciemos.

   

 

LA CENIZA Y LA CUARESMA

   La imposición de la ceniza nos hace recordar cómo nuestras debilidades y pecados van ahogando y apagando el fuego y la intensidad de nuestra fe.

   Para limpiar nuestras cenizas y recuperar la vitalidad y la fortaleza de nuestra fe, la Palabra de Dios nos ofrece tres medios: EL AYUNO, LA ORACIÓN Y LA LIMOSNA.

   Durante la Cuaresma recordamos la práctica del ayuno y la abstinencia , procuramos el cumplimiento literal de esta norma pero solemos olvidar su verdadero significado ya que no nos sirve para renovarnos y purificarnos espiritualmente.

   Hemos de reflexionar para que podamos practicar el ayuno y la abstinencia de forma más actual y provechosa tal como nos aconseja el Papa Francisco:

+Abstenernos de un café, una cerveza, un aperitivo… y convertir esa abstinencia en una limosna.

+Abstenernos de tanta TV para tener tiempo para rezar, leer, dedicar más tiempo a los hijos, a la pareja, a los amigos…

+Reunir ropa en buen estado y que no utilizamos para que pueda ser aprovechada por los que carecen de ella.

+Abstenernos de criticar y murmurar procurando fijarnos en lo bueno que tiene cada persona.

+Dejar de quejarnos constantemente y tener un poco más de espíritu de sacrificio.

+Abstenernos del mal humos y sonreír a quien se acerque a nosotros.

   Ese es el ayuno y la abstinencia  que Dios quiere. Un ayuno y una abstinencia que nos ayude a ser mejores personas y a pensar más en los demás.