ENVIDIA-HUMILDAD

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
Domingo 28 de Agosto de 2016
REFLEXIÓN

1.-El gran pecado de los primeros hombres fue el orgullo. Cedieron a la tentación de querer ser como Dios y decidir por ellos mismos lo que estaba bien y mal. Con esa decisión hicieron lo contrario de lo que Dios les había mandado, y se equivocaron.
El pecado del orgullo lo hemos arrastrado desde entonces toda la humanidad y es el que más daño nos hace a todos.

2.- Jesús nos propone hoy una parábola en la que nos podemos sentir reflejados en algunos de nuestros comportamientos.

  • Nos gusta sentirnos importantes, y que así nos consideren los demás; nos gusta ocupar los primeros puestos, poder mandar o estar cerca de los que mandan aunque para conseguirlo vayamos dando codazos, poniendo zancadillas, mentir para desprestigiar al oponente, pagar a testigos falsos…
  • Cuando no lo conseguimos nos sentimos frustrados, fracasados, humillados, con el corazón lleno de rencor, de envidia, protestando porque no se han respetado nuestros derechos… Son sentimientos que nos corroen interiormente y que nos hacen perder motivación para seguir superándonos y mejorando.
  • Nuestro corazón se llena de envidia, de amargura, de tristeza. Nos hacemos daño a nosotros mismos y a los demás porque les criticamos, buscamos sus defectos y equivocaciones, hacemos las cosas protestando y con mala cara, gritamos, contestamos mal, tenemos mal genio, nos enfadamos, nos quejamos de todo.

    No hay persona que viva con más amargura que la que tiene un corazón envidioso.

  • Queremos imponer nuestro criterio siempre que podemos aunque estemos equivocados y no consentimos que nos corrijan ni somos capaces de reconocer nuestra equivocación.

3.- S. Pablo afirma en sus cartas que la virtud más importante y más grande es la Caridad. Y es así. Pero también podemos afirmar que la más necesaria es la humildad.
Sólo si somos humildes reconocemos nuestros errores, debilidades, limitaciones y carencias. Sólo con la humildad podemos reconocer que necesitamos de los demás; necesitamos que nos ayuden, que nos apoyen y nos acompañen, que nos enseñen para crecer y madurar. Pero sobre todo nos hace reconocer que necesitamos de Dios porque sin Él no somos nada ni podemos nada.
La humildad nos ayuda a aceptarnos y querernos a nosotros mismos tal como somos y descubrir que también tenemos cualidades y cosas buenas que podemos ofrecer a los demás.

4.-Abramos completamente delante del Señor las puertas de nuestro corazón para que cure nuestras heridas y pidámosle la humildad que necesitamos en todas las situaciones de nuestra vida y las fuerzas para ir corrigiendo nuestra envidia.

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