CIEGO BARTIMEO

CHARLA CUARESMAL  Martes 2 de Abril de 2019

 

Entendemos la Cuaresma, como un tiempo de cambio, de transformación, de conversión.

 

Os propongo un recorrido, por tres pasajes del Evangelio, que nos pueden ayudar en este tramo final de la cuaresma y que puede hacernos caer en cuenta de nuestro proceso de conversión personal, que siempre está relacionado con el que tenemos a lado.

 

Este recorrido, lo vamos a caminar de la mano de muchos, que están viviendo su particular cuaresma personal privados de libertad.

 

Nuestra primera parada, nos sitúa en el Evangelio de Marcos, en el último milagro que allí se nos relata.

Escuchemos con atención.

 

 

Lectura del pasaje de Mc. 10, 46-52

 

Llegaron a Jericó. Y cuando ya salía Jesús de la ciudad seguido de sus discípulos y de mucha gente, un mendigo ciego llamado Bartimeo, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino. Al oír que era Jesús de Nazaret, el ciego comenzó a gritar:

–¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!

Muchos le reprendían para que se callara, pero él gritaba más aún:

–¡Hijo de David, ten compasión de mí!

Jesús se detuvo y dijo:

–Llamadle.

Llamaron al ciego y le dijeron:

–Ánimo, levántate. Te está llamando.

El ciego arrojó su capa, y dando un salto se acercó a Jesús, que le preguntó:

–¿Qué quieres que haga por ti?

El ciego le contestó:

–Maestro, quiero recobrar la vista.

Jesús le dijo:

–Puedes irte. Por tu fe has sido sanado.

En aquel mismo instante el ciego recobró la vista, y siguió a Jesús.

 

 

 

 

 

 

REFLEXIÓN:

 

Vamos a realizar un viaje por este pasaje del evangelio, y nos iremos parando en cada uno de los personajes que aparecen y que nos pueden ayudar a saber como son nuestras propias actitudes.

 

En primer lugar, vamos a fijarnos en uno de los protagonistas de este pasaje.

Bartimeo. El hijo de Timeo.

Se trata de un personaje con nombre, con familia. No se trata de alguien más, se trata de una persona y se le encuadra en su historia personal. En su ser singular.

Un ciego de nacimiento que según lo que se entendía en aquella época, pagaba los pecados de su familia, era un despojo de la sociedad.

Bartimeo, no servía para nada, no podía trabajar, sólo podía mendigar, dependía del caso que le pudiesen dar los otros.

 

En nuestro día a día, nos podemos encontrar con muchos “Bartimeos”, ciegos de nacimiento, por haber nacido en un determinado contexto social, en un determinado país, en un entorno familiar desfavorable,…

 

Nosotros mismos, en muchas ocasiones, también pasamos por momentos de ceguera. Vivimos cegados por el interés, por acumular, por acaparar poder, por conseguir prestigio tanto económico como social.

Nos dejamos cegar por la importancia del “yo”, son muchas situaciones las que nos ciegan, egoísmos, tristezas, decepciones, que hacen que caminemos en tinieblas, que no sepamos encontrar la luz.

 

Bartimeo, está al borde del camino, separado de todos los demás que caminan.

Se encuentra al margen, no sabe lo que está pasando a su alrededor, pasa desapercibido a todos los que están a su alrededor, se convierte en “invisible”. Qué curioso que una persona que vive sin poder ver, se convierta en invisible para los demás.

 

En este tiempo de Cuaresma, deberíamos pensar, cuantas personas se encuentran en la misma situación de Bartimeo, y lo que es más importante, que actitud tenemos nosotros hacia ellos.

 

Los Bartimeos, que viven en la ceguera de la soledad, que no tienen a nadie que les acompañe en el camino, porque no tienen familia, están enfermos, no tienen a nadie.

Los Bartimeos que sufren la ceguera de la privación de libertad.

Los bartimeos que viven en la ceguera de la adicción.

Los Bartimeos que viven la ceguera del cajero o del banco.

 

¿Qué actitud tenemos hacia ellos?¿Se convierten en invisibles para nosotros?

 

Pese, a todas las limitaciones, Bartimeo, no se deja llevar por lo que está viviendo, intenta que los demás le escuchen, no quiere que su ceguera lo mantenga al margen.

Grita, grita desesperadamente.

 

En nuestro día a día, también hay mucha gente que grita, que está al borde del camino, que lucha por conseguir que se le escuche. Niños que gritan para que se respeten sus derechos, mujeres que persiguen un mundo más justo, ancianos que reclaman ser atendidos y no vivir abandonados.

 

¿Estamos atentos a los gritos que se producen a nuestro alrededor? ¿Ponemos cara y nombre a las personas que gritan en nuestro entorno?

 

 

Los gritos desesperados de Bartimeo, hace que los que están a su alrededor reaccionen.

La reacción de la muchedumbre es bastante significativa.

Lo mandan callar, le hacen ver que está molestando.

Sus gritos no son importantes, seguramente, lo importante es ver al que todos siguen y no el sufrimiento del que está al borde del camino.

 

¿Cuantas veces silenciamos lo que sucede a nuestro alrededor? ¿Cuantas veces no prestamos atención a los gritos del que sufre, porque vamos a la nuestra? ¿Cuantas veces nuestras cegueras nos separan del sufrimiento de nuestros hermanos?

 

 

Ante todas estas oscuridades, gritos y silencios, se produce un hecho que va a ser el más importante, el que va a cambiar la historia.

 

Jesús, el Señor, escucha los gritos de Bartimeo. Pese a la muchedumbre, el ruido, los agobios,…, pese a la oposición de los que le seguían, percibe la necesidad del que está sufriendo.

La reacción es inmediata, Jesús, manda llamar al que grita.

 

Este hecho provoca un cambio radical en todo lo que sucede a su alrededor.

Los que hasta ese momento habían acallado la voz del pobre ciego, ahora transforman esa actitud por la de la llamada. Le dicen, ánimo, levántate que te llama.

Toda la incomprensión, rechazo, abandono, se transforma en ánimo.

Todos los que acallaban a Bartimeo, han sufrido una transformación, esos mismos ahora le infunden ánimos, le quieren ayudar, se ha obrado el milagro.

La presencia del Señor, mejor dicho, su Palabra, ha cambiado todo lo que estaba sucediendo.

 

Bartimeo, acude a la llamada del Señor, pese a las dificultades, pese a su ceguera, acude rápidamente al encuentro, todos los obstáculos dejan de serlo, incluso el rechazo de la gente se convierte en un apoyo, en un aliento.

 

Esto debería hacernos pensar, cuál es nuestra actitud ante el encuentro con el Señor.

 

Esta actitud la veremos mañana, ahora continuamos con la historia de Bartimeo.

 

Después de acudir presuroso a la llamada de Jesús, después de dejar los obstáculos que le impedían acudir, Jesús le hace una pregunta:

-¿Qué quieres que haga por ti?.

 

Esta es la misma pregunta que el Señor nos hace a nosotros durante este tiempo de Cuaresma.

¿Qué queremos que el Señor haga por nosotros? ¿Qué le pedimos al Señor? ¿Sabemos lo que necesitamos? ¿Pedimos con responsabilidad o sólo pensando en nuestra tranquilidad, bienestar, comodidad,…?

 

Bartimeo tiene muy clara su respuesta, es inmediata.

Señor, que vea.

Esta respuesta tan rotunda y convincente, también nos puede ayudar en nuestra reflexión.

¿Qué nos impide ver? ¿Necesitamos que el Señor nos haga recobrar la vista? ¿Estamos cegados por nuestra rutina, nuestro estrés, nuestro quehacer diario?

 

Ante la respuesta de Bartimeo, la reacción de Jesús fulminante.

  • Puedes irte. Tu fe te ha sanado.

 

Y nosotros, ¿tenemos la misma fe que Bartimeo? ¿En qué y en quién ponemos nuestra fe?

 

Cómo muy bien decía otro de los muchos “ciegos” que nos rodean. Pidámosle al Señor, cada día que aumente nuestra fe.

 

En este momento, me gustaría compartir con vosotros uno de esos gritos desesperados, de alguien que se encuentra al margen del camino y que siente que nadie le escucha:

 

Quisiera ser, Señor, una persona coherente, que diga lo que piensa y viva lo que siente.

 

Sé que no es fácil; lo más cómodo es dejarse llevar por lo que hace la mayoría, por lo “políticamente correcto”, pasar desapercibido y vivir en el anonimato.

 

Pero la vida fácil supone muchas veces tener que renunciar a cosas que son importantes. Vivir acomodado a las circunstancias, pendiente de lo que los demás piensen y respondiendo a las expectativas de los otros tiene sus inconvenientes y supone también renunciar: a la escala de valores que cada uno tiene, a la fidelidad, a la coherencia con uno mismo y a lo que Tú nos pides.

 

No quiero vivir, Señor, sirviendo a dos señores, por eso hoy quiero pedirte a tí, el verdadero Señor de mi vida, que me ayudes a ser yo mismo: que nada ni nadie en mi vida pueda más que lo que yo pienso, siento y creo.

 

Tú quieres que yo sea Luz, que sea transparente, coherente y fiel a Tí y a mis ideales.

 

Ayúdame, Señor, a cumplir tu voluntad.

 

 

 

 

El encuentro de Bartimeo con Jesús tiene un efecto reparador, restaurador, generador de vida.

 

Todo esto lo veremos mañana.

Recordemos: pidamos al Señor que nos ayude a restaurar nuestras cegueras, a saber ver a los ciegos del camino y a acudir al encuentro con el Señor, para seguir haciendo crecer nuestra fe.

 

 

 

 

 

 

 

 

Oración:

 

Si conocieras como te amo: Hermana Glenda.

Salmo:

 

El Señor es mi luz y mi salvación,

¿a quién temeré?

El Señor es la defensa de mi vida,

¿quién me hará temblar?

 

Cuando me asaltan los malvados

para devorar mi carne,

ellos, enemigos y adversarios,

tropiezan y caen.

 

Si un ejército acampa contra mí,

mi corazón no tiembla;

si me declaran la guerra,

me siento tranquilo.

 

Una cosa pido al Señor,

eso buscaré:

habitar en la casa del Señor

por los días de mi vida;

gozar de la dulzura del Señor,

contemplando su templo.

 

Él me protegerá en su tienda

el día del peligro;

me esconderá en lo escondido de su morada,

me alzará sobre la roca;

y así levantaré la cabeza

sobre el enemigo que me cerca;

en su tienda sacrificaré

sacrificios de aclamación:

cantaré y tocaré para el Señor.

 

 

 

 

 

 

 

 

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