LA MUJER ADÚLTERA

CHARLA CUARESMAL miércoles 3 de abril de 2019

 

Empezaremos recordando muy brevemente, lo que estuvimos reflexionando ayer.

Descubrimos todas las actitudes que nos hacen vivir en oscuridad, que nos provocan estar ciegos ante el sufrimiento, ante los gritos de nuestros “projimos”, de nuestros “próximos”.

Eramos conscientes de la cantidad de personas que se encuentran al borde del camino, que están fuera de nuestras estructuras, que no tienen quién les acompañe a caminar.

Veíamos la necesidad de buscar el encuentro con el Señor, un encuentro que nos transforme, que nos cambie.

Esto es lo que vamos a reflexionar juntos hoy.

Para ello escuchemos el siguiente pasaje del evangelio.

 

 

La mujer adúltera: Juan 8,1-11

 

Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él. Y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dicen:

—Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. ¿Tú qué dices?

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir en el suelo. Pero como insistían en sus preguntas, se incorporó y les dijo:

—El que esté sin pecado, que tire la primera piedra.

E inclinándose otra vez siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos. Y se quedó Jesús solo con la mujer, que seguía en medio.

Jesús se incorporó y le preguntó:

—Mujer, ¿dónde están?, ¿nadie te ha condenado?

Ella contestó:

—Nadie, Señor.

Jesús le dijo:

—Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

 

 

 

 

REFLEXIÓN:

 

Se trata de un pasaje muy conocido, pero vamos a intentar en el día de hoy, verlo desde un prisma nuevo.

 

Empezaremos por hacernos una serie de preguntas que nos puede ayudar en nuestro proceso de conversión cuaresmal.

 

  • ¿Cuántas veces nos hemos sentido juzgados e incluso condenados?
  • ¿Cuántas veces hemos juzgado y condenado al que tenemos al lado?
  • ¿Somos capaces de perdonar a aquel que nos ha ofendido?
  • ¿Hemos sentido el perdón de Dios?

 

Se trata de preguntas de difícil respuesta y que requieren un profundo análisis, pero en esta noche, vamos a intentar darle respuesta desde los personajes que aparecen en el texto que hemos proclamado.

 

En primer lugar, encontramos a la muchedumbre, que quiere poner a prueba a Jesús, que lo busca para oír lo que quieren escuchar, para aplicar su propia justicia.

 

Tienen claro cual es la solución, tienen una idea preconcebida, que además consideran que es la única respuesta posible.

Tienen su verdad, sólo pueden mirar con ojos de jueces, sólo piensan en condenar, sólo creen en el castigo, el que ha hecho algo, tiene que pagarlo, quién comete un error tiene que restaurar el sufrimiento generado.

 

En palabras de una persona que ha sufrido este linchamiento público, lo único que buscamos es “hacer sangre”, reclamamos que el que la hace la tiene que pagar.

 

Además, desde nuestro lado más racional y emocional, consideramos que no hay otra respuesta. No hay perdón para el que ha hecho daño a alguien.

Cuantas personas a día de hoy se sienten condenadas de por vida, se sienten miradas con desprecio. Muchos de ellos, incluso podríamos decir que han cometido un error, pero, ¿no se merecen sentirse perdonados?

 

Ante esta situación, Jesús mostrando la mayor de las inteligencias y una pasmosa tranquilidad, responde lanzando un reto a los que iban en “posesión de la verdad”.

La frase por más veces que la escuchemos, no deja de ser sentenciadora: “quién esté libre de pecado que tire la primera piedra”.

 

Jesús, nos pone delante un espejo, nos hace que nos miremos a nosotros mismos, realiza la pregunta rebote.

Cómo en otras muchas ocasiones, y ante otros muchos personajes, les dice lo que no quieren oír, les interpela a que sean ellos los que tomen una decisión, pero actuando con coherencia y desde la responsabilidad del lugar que ocupan ante una sociedad que pretende condenar y no sanar.

 

Podríamos en este momento, pensar cuantas veces nosotros hacemos lo mismo. Actuamos como fariseos y escribas, y buscamos la condena en lugar de la sanación.

Nos puede pasar que estemos muy pendientes del cumplimiento de una serie de normas, pero nos olvidemos de la importancia que tienen las personas.

 

Al inicio de la cuaresma se nos pedían una serie de actitudes, que ahora que nos encontramos hacia el final de la misma podríamos revisar.

El mismo miércoles de ceniza se nos planteaban tres acciones muy concretas que nos podrían ayudar en nuestro proceso de conversión cuaresmal.

 

  1. Limosna: somos conscientes de las cantidad de personas que sufren a nuestro lado. Ayer hablábamos de los ciegos, de los que gritan, de los que están al borde del camino, de los enfermos, de los que se encuentran solos. ¿Reciben nuestra limosna?

 

  1. Ayuno: ¿a qué hemos renunciado en este tiempo de cuaresma?¿qué cargas de nuestras mochilas hemos intentado dejar? ¿qué hemos abandonado de nuestras alforjas que hacen que nos alejemos del camino marcado por Dios?

 

  1. Oración: ¿realmente a lo largo de este tiempo, nos sentimos más cerca de Dios?, ¿hemos dedicado más tiempo a nuestra relación con Él?, ¿hemos sentido que su Palabra transforma nuestra vida?

 

La respuesta ante el pulso que lanza Jesús, es inmediata. Poco a poco, de forma callada, incluso podríamos decir cobarde, los que ya habían condenado, dan media vuelta, agachan la cabeza y vuelven con su “justicia” a sus casas.

La coherencia, la honestidad, el AMOR, ha tenido un efecto devastador. Ha desmontado la justicia condenatoria humana. Se ha producido el efecto boomerang. El Amor y el perdón han triunfado.

 

En nuestro día a día, en las relaciones con las personas que están a nuestro lado, familia, vecinos, compañeros de trabajo, miembros de la parroquia,…, ¿dejamos que triunfe el amor, o buscamos el juicio?

 

Para el Señor lo más importante es el encuentro que libera que sana.

Ese es el efecto que produce al que se acerca a Él arrepentido.

  • Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?

 

El Señor nunca nos condena, al contrario, lo que realiza es restaurar todas nuestras heridas.

 

  • Anda, y en adelante no peques más.

 

Que imagen tan gratificante para el que se siente juzgado y condenado. Jesús nos dice: “Anda”. Camina, mira hacia adelante, todos tus pecados han sido perdonados.

Ante esta situación, se me ocurren una serie de cuestiones que nos pueden ayudar a entender el sacramento de la reconciliación.

¿Que actitud mostramos hacia el sacramento de la penitencia?

¿Se trata de un mero trámite a realizar unas cuantas veces al año? ¿caemos en la rutina de hacerlo siempre de la misma manera? ¿le damos el valor que tiene como perdón absoluto por parte de Dios? ¿lo vivimos como un empezar de nuevo?

 

Un interno de Picasent, juzgado y condenado, me contaba, gracias al sacramento el perdón he podido seguir viviendo. He sentido el perdón real, he conseguido perdonarme a mi mismo, y poder pedir perdón por todo el daño que he provocado.

 

En este punto, deberíamos pensar cuales son nuestras actitudes respecto a las que muestra Jesús, a la hora de juzgar y condenar a los demás.

 

Anteponemos el Amor al dolor.?

Pensamos en nosotros mismos, o somos capaces de mirar con ojos de Dios y buscar el bien del otro.?

Sentimos compasión por el que sufre, pese a que su sufrimiento pueda estar justificado según la justicia humana.?

Conseguimos que el encuentro con nosotros restaure la vida del que se siente abandonado.?

 

Por otro lado, buscamos y preparamos el encuentro con el Señor.?

Somos conscientes que el sale a nuestro encuentro día a día.? Sabemos aprovechar la invitación a su banquete.?

Y la pregunta más importante, ¿el encuentro con el Señor, nos lleva a cambiar nuestra manera de actuar? ¿nos lleva a la acción?

A estas preguntas intentaremos darle respuesta mañana.

 

Pero antes de concluir, me gustaría compartir con vosotros la reflexión de alguien que entendió lo que significa el encuentro con el Señor, y cómo este cambió su vida:

 

“Hay una persona, sólo una que hizo sin duda la mayor locura de amor, y esa locura fue morir por mí, por nosotros.

Fue perdonarme lo que nadie me ha perdonado, perdonarme incluso lo que ni yo mismo soy capaz y volverme a perdonar una y otra vez, y mil veces más.

La mayor locura fue quedarse para estar conmigo esperándome con los brazos abiertos todos los días en las buenas y en la malas, siempre, ofreciéndome su cariño, ofreciéndome su comprensión, su ternura, su amistad sin pedirme nada a cambio.

La mayor locura fue ser humillado, traicionado, maltratado en mi nombre, aceptando cada golpe, cada insulto, en silencio.

Me regaló a su madre para que me ampare cuando esté en peligro, para que me arrope cuando tenga frío, me consuele si estoy hundido, me llene de esperanza cuando todo parezca perdido, me aconseje si no encuentro camino, para que cuide de mí, para que interceda por mi familia, para que ruegue por nosotros, para que esté más cerca de Él, para abrirme las puertas del cielo.

Porque no hay un segundo que no piense en nosotros, no hay un instante que no piense en nosotros, porque nunca nos dará por perdidos.

Porque para él somos únicos, porque su mayor deseo es que seamos felices, porque es tu Padre.

Porque todos somos su mayor locura.”

 

Dejemonos atrapar por su locura y dejar que ella nos transforme.

Marcar el enlace permanente.