DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
Domingo 9 de Octubre de 2016
REFLEXIÓN
1.- La lepra siempre ha sido considerada una grave enfermedad, sobre todo en tiempos de Jesús porque no sólo tenía una dimensión social, sino también religiosa.
Quien la padecía estaba totalmente excluido de la sociedad y también excluido del Templo y de todo lo religioso porque era considerado un impuro y un pecador.
Los diez leprosos del Evangelio habían oído hablar de Jesús, por eso, desde lejos, le gritan pidiendo compasión y quieren encontrarse con El para que les cure. Jesús les pide algo tan sencillo como que vayan a presentarse a los sacerdotes, y de camino quedan curados.
Solo uno volvió agradecido a Jesús alabando a Dios. Sólo uno recibió la curación más importante: la limpieza del corazón, la salvación de Dios; el amor de Dios que hace de él un hombre nuevo.
2.- Podemos mirarnos en los leprosos como en un espejo para reconocer nuestras lepras.
Aquellas cosas de nuestra vida que nos destrozan por dentro llenándonos de amargura y de tristeza; esas cosas nuestras con las que podemos destrozar la vida de los demás: mentiras, críticas, calumnias, violencias… Y tantas cosas que nos alejan de Dios y que necesitan de curación.
Nos cuesta reconocer que somos leprosos. Pero sólo cuando lo reconocemos estamos en condiciones de salir al encuentro del Señor suplicando compasión y misericordia. Sólo con humildad y confiando en el Amor de Dios podemos acercarnos a El dispuestos a que actúe en nosotros, nos cure y nos salve.
Sólo así sabremos reconocer que nuestra curación es fruto de la acción salvadora de Dios en nosotros y brotará de nuestro corazón la alabanza, el agradecimiento y el deseo de esforzarnos para no volver a caer en la tentación.
3.- Es bueno hacer notar que el único que volvió a dar gracias fue un samaritano. Un leproso que no era judío y por tanto no se consideraba con derecho a recibir la salvación de Dios.
Esto nos hace recordar que la salvación de Dios es para todos los hombres sin distinción; basta con que busquen a Dios y quieran hacer el bien con sincero corazón, y por tanto, nosotros, no podemos ni debemos excluir a nadie del Amor de Dios.
Pidamos al Señor que seamos capaces de reconocer nuestras lepras que nos apartan de El y de los demás. Y seamos agradecidos porque sólo del Señor viene la salvación.