VENID BENDITOS DE MI PADRE

CHARLA CUARESMAL jueves 4 de abril de 2019

 

 

Antes de iniciar la reflexión de hoy, me gustaría hacer referencia a lo que hemos compartido los dos últimos días.

En nuestro camino cuaresmal, el martes descubríamos nuestras cegueras y nuestras sorderas, ante las situaciones de sufrimiento en el mundo; muchas situaciones en las que nosotros tampoco vemos la luz; nos pasa desapercibido el dolor que hay a nuestro lado.

Ayer miércoles, pudimos caer en la cuenta, que el Encuentro con el Señor, transforma esa oscuridad, nos acerca a la luz. Ese encuentro no es casual, no se improvisa, debe partir de la necesidad y la búsqueda de consuelo y perdón.

Una vez ese encuentro se produce e iniciamos el proceso de conversión, que realmente es lo que debería ser la Cuaresma y toda nuestra vida, algo debería cambiar en nosotros. Esta renovación nos tiene que llevar a la acción, que es la misión que el Señor nos tiene encomendada.

Para ver como se concreta esa misión, vamos a utilizar un texto muy conocido por todos y que desde mi punto de vista resume lo que debería ser la manera de actuar de los que nos llamamos cristianos.

 

Mateo 25, 31-46

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y acudisteis a mí.’ Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti?’ Y el Rey les dirá: ‘En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.’ Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.’ Entonces dirán también éstos: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’ Y él entonces les responderá: ‘En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.»

 

 

REFLEXIÓN

 

Se trata de un texto que hemos oído en múltiples ocasiones pero lo que pretendemos hoy, es que no nos quedemos sólo en la escucha, sino que nos lleve a la acción.

 

Me parece muy importante empezar por una frase que muchas veces pasa desapercibida, y que para nuestra reflexión es fundamental.

 

El discurso dice: Venid Benditos de mi Padre. El Señor nos llama Benditos. La traducción literal de este verbo, significa decir-bien. El Señor dice bien de nosotros, entendiendo por “nosotros” a todos, no es algo exclusivo de algunos que nos podemos sentir elegidos, sino que es patrimonio de todos, porque su mensaje de salvación no excluye.

Además este título de “benditos”, nos debería llevar a decir-bien, de los demás, de absolutamente todos los que nos acompañan, y muchas veces en los diferentes contextos en los que nos encontramos esa no es la actitud que tenemos, en lugar de bien-decir, mal-decimos, y no somos conscientes del sufrimiento que eso puede generar.

Este podía ser un compromiso a tener en cuenta, y seguramente nos ayudaría a la misión que como benditos se nos pide.

 

Ahora veremos las diferentes situaciones en las que tenemos que bien-decir:

 

Porque tuve hambre,…..

Hay muchas personas a nuestro alrededor que sufren hambre.

Por desgracia, nos hemos acostumbrado a ver determinadas imágenes.

Millones de personas que no tienen nada que comer cada día, millones de personas desnutridas, millones de niños que padecen la carestía de alimentos desde su nacimiento.

Estas imágenes a fuerza de verlas, nos han provocado cierta insensibilidad, además podemos pensar que es un problema demasiado grande para que podamos dar una respuesta, se escapa de nuestras manos, nos queda lejos. Sin embargo estamos muy equivocados, se trata de una situación que es mucho más cercana de lo que imaginamos. Las cáritas parroquiales de nuestro entorno y la nuestra, atiende cientos de casos de personas que conviven con nosotros, que forman parte de nuestra comunidad y que viven el sufrimiento de no tener alimento, de no poder dar lo mínimo a su familia.

Elllos están a nuestro lado y muchas veces sienten nuestra indiferencia.

Dando una vuelta más a esta situación, también podemos valorar, si nosotros que tenemos esta necesidad cubierta, no valoramos lo que podemos tener. Si realizamos un consumo de alimentos por encima de nuestras necesidades, si pecamos por exceso.

Pensemos cual puede ser nuestro compromiso ante el hambriento.

 

Porque tuve sed,….

Cuantas personas se encuentran sedientas a nuestro alrededor. Personas cuyas aguas se encuentran contaminadas. En estos días tenemos varios ejemplos muy significativos que podríamos tener en cuenta. Podemos fijarnos en la población de Mozambique, están sedientos y deshidratados, sufriendo las epidemias debido a la ausencia de agua no contaminada.

Hay muchas personas sin pozos donde beber, viven rodeados de contaminación, de degradación, de falta de potabilidad, y no sólo en lo que hace referencia a líquidos, sino a un margen de esperanza para poder revertir esta situación.

Por contrapunto, nosotros nos podemos permitir el lujo de desaprovechar un bien al que no damos valor. De hecho en época de sequía seguimos desperdiciando y no realizando un consumo responsable.

Pensemos cual puede ser nuestro compromiso ante el sediento.

 

Por que fui forastero,…

Cada vez hay más forasteros que están a nuestro alrededor y no sólo porque vengan de lejos, sino porque se sienten despreciados, rechazados.

No hace falta que nos paremos mucho a intentar explicar estas situaciones, las vemos reflejadas todos los días en las noticias, millones de personas que abandonan sus vidas buscando una salida desesperada.

Esta salida, en muchas ocasiones lo único que encuentra es la “puerta cerrada”, el rechazo, los muros, las alambradas.

Sabemos que es un tema muy complejo y que tiene múltiples causalidades y complicaciones, pero creo que hay una responsabilidad como cristianas que no podemos eludir.

Para nuestra reflexión, me voy a apoyar en el mensaje que nos transmitió el Papa Francisco ante la situación de los que son “forasteros” y que incluye cuatro actitudes que deberían ser incuestionables: recibir, acompañar, integrar y promover. Estas cuatro actitudes deberían ser nuestra marca de identidad como cristianos ante uno de los mayores problemas de la sociedad actual.

En este tema nuestro compromiso debería ser firme y comprometido.

 

Porque estuve desnudo,…

Hay muchas personas que están desnudas, no tienen absolutamente nada, y no estoy hablando de falta de ropa. Han perdido o les hemos expropiado su dignidad, se han convertido en una mercancía, carecen de derechos porque les han sido arrebatados. Viven a expensas del uso que se hace de ellos, víctimas de redes de tráfico de personas, víctimas de la explotación infantil, víctimas de trabajos que les hacen no tener vida, víctimas del consumo de drogas, alcohol,…

Personas que se encuentran desnudas, que se ven expuestas todos los días a nuestros ojos, pero que en el fondo se convierten en “invisibles”, porque no queremos ser conscientes de su desnudez.

 

Porque estuve enfermo,…

Cuantas personas están enfermas y solas en sus hogares o en hospitales.

Cuantas personas viven el mal de la soledad, cuantas se sienten abandonadas, despreciadas, porque ya no “sirven”, no son productivas, se les “incapacita”.

Muchos enfermos de tristeza, de pena, de aislamiento.

Cuantas veces somos nosotros los enfermos que padecen la enfermedad de la indiferencia, de la falta de coherencia, del egoísmo, de la envidia, del individualismo,….

Cada vez aparecen más enfermedades en los manuales de medicina y cada vez hay menos personas que quieren dedicarse a la “medicina restaurativa”, esa medicina que sí que está en nuestras manos. La medicina del amor, la medicina del abrazo, del cariño, del diálogo, del acompañamiento, de la cercanía,…

¿Somos “médicos” al servicio de nuestros “enfermos?

 

Por que estuve en la cárcel,…

Seguramente, estos son los más abandonados, ellos no salen en las noticias, y si salen, en la mayoría de ocasiones es para seguir condenándolos, no los vemos por las calles, no aparecen en estadísticas, no están en nuestra comunidad de vecinos, no comparten nuestros espacios,…, viven recluidos.

Viven recluidos en su condena, en la insensibilidad de leyes que deshumanizan, en la falta de políticas restaurativas, pero sobre todo, viven recluidos en la falta de perdón, fundamentalmente en el suyo propio.

“Nadie me quiere, nadie viene a verme, no puedo dormir, no puedo perdonar lo que hice, no sé qué será de mi cuando salga, tengo miedo a sentir el rechazo de mi familia, mis amigos,..” Todas estas afirmaciones tienen nombre y apellido, tiene padre y madre, tiene hijos,…, tienen derecho a que estemos a su lado, pese a que hayan cometido una o muchas equivocaciones en su vida.

Si el Señor, como hablamos el miércoles, nos perdona siempre, ¿cómo puede ser que nosotros no seamos capaces de perdonar?

A muchos prisioneros y no sólo los que aparecen en las cárceles.

Además deberíamos hacer una reflexión sobre como ejercemos nuestra libertad. Somos prisioneros de nuestros apegos, de nuestros sentimentalismos, de nuestras seguridades,….

 

 

Que suerte que hayan quedado ellos para el final, mis presos. Porque en el fondo este debería ser el principio de todo lo que hemos estado hablando estos tres días.

Cuando me presentaron, os dijeron que formo parte de los voluntarios de la pastoral penitenciaria del arzobispado de Valencia, y esa ha sido una de las razones de haber pasado estos tres días con vosotros.

Estos últimos cinco años, ellos, los olvidados, han hecho que sea mejor persona, me han hecho mejor cristiano, me han enseñado a valorar cada gesto por pequeño que sea. Me han enseñado el valor reconfortante de un abrazo, la ilusión de un rosario de plástico, el llanto que encierra una felicitación de Navidad, la vivencia comunitaria de la eucaristía.

Seguramente ellos no son conscientes, que han conseguido librarme de mi propia prisión.

 

Los más pobres, que deberían ser el eje vertebrador del Evangelio, según las palabras del Papa Francisco, siguen siendo los últimos.

Algo debería cambiar en nosotros para poder hacer realidad esta misión que nos ocupa, y que la pasión, muerte y resurrección que vamos a celebrar próximamente no sea en vano.

Para acabar me gustaría compartir con vosotros un resumen de todo lo que podríamos hacer para que este mundo en el que vivimos, se parezca más al mundo que Jesús de Nazaret propone.

 

Si yo cambiara mi manera de pensar hacia los otros… los comprendería.

Si yo encontrara lo positivo en todos… con qué alegría me comunicaría con ellos!

Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás… los haría felices.

Si yo aceptara a todos como son… sufriría menos.

 

Si yo deseara siempre el bienestar de los demás… sería feliz.

Si yo criticara menos y amara más… cuántos amigos ganaría.

Si yo comprendiera plenamente mis errores y defectos y tratara de cambiarlos… cuánto mejoraría mi hogar y mis ambientes!

Si yo cambiara el tener más por el ser más… sería mejor persona.

Si yo cambiara de ser Yo, a ser Nosotros… comenzaría la civilización del Amor.

Si yo cambiara el querer dominar a los demás… aprendería a amar en libertad.

Si yo dejara de mirar lo que hacen los demás…tendría más tiempo para hacer más cosas.

Si yo cambiara el fijarme cuánto dan los otros para ver cuánto más puedo dar yo… erradicaría de mí la avaricia y conocería la abundancia.

Si yo cambiara el creer que sé todo… me daría la posibilidad de aprender más.

Si yo cambiara el identificarme con mis posesiones como dinero, status, posición familiar… me daría cuenta que lo más importante de mí es que Yo Soy un Ser de Amor.

Si yo cambiara todos mis miedos por Amor… sería definitivamente libre.

Si yo cambiara el competir con los otros por el competir conmigo mismo… sería cada vez mejor.

Si yo dejara de envidiar lo ajeno… valoraría más lo que tengo.

Si yo cambiara el esperar cosas de los demás… no esperaría nada y recibiría como regalo todo lo que me dan.

Si yo amara el mundo… lo cambiaría.

Si yo cambiara… cambiaría el mundo!

Si yo cambiara…, la cuaresma tendría sentido.

 

Muchas gracias.

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